Por Sonia Abadi
En el mundo de las mujeres hablar de género no es nada nuevo, ni siquiera un invento de las feministas. Ya en los inicios del tango se hablaba de género: de hilo, de algodón... o de un generito para hacerse una pollera o una blusa. En los comienzos del siglo XX, el mundo de las mujeres era un pañuelo, y en muchos casos aún lo sigue siendo. Del velo de novia al trapo de piso, de vestir a las muñecas a cambiar pañales, ... o la opción de la soltería: quedarse para vestir santos.
La historia de las mujeres transcurría entre telas, o peor aún, entretelones. Aunque algunas lograron destacarse llegando al telón de un escenario y otras consiguiendo la “tela” contante y sonante que les ofrecía algún señor.
Y en las letras de tango, las telas tienen su propia moral. Del vestidito de percal a la estola de lamé hay un abismo de perdición. Como es bien sabido las telas que brillan, al igual que las alhajas, siempre despiertan sospechas acerca del comportamiento de las mujeres que las llevan.
Nos hallamos en los comienzos del tango, en esos años veinte en que las oficialas del taller, trabajadoras y sencillas, cosían la ropa de las elegantes y las locas. Por su parte, las chicas decentes preparaban el ajuar: de encaje, de raso y broderie,... o de seda con rositas rococó. Aunque en ese caso, como lo cuenta un célebre tango, ya deja de ser la buena de Margarita y ahora la llaman Margot.
Tiranía del género. Coser, bordar, tejer, la tela representa la constancia y la paciencia. Total, del futuro poco se podía esperar: el taller de costura, el burdel o el cabaret, la resignación o la deshonra, todas formas de la derrota.
Aunque para la misma época y en la civilizada Europa, la pobre Isadora, tan rebelde y desprejuiciada, igual terminó estrangulada por su propio echarpe.