Por Sonia Abadi
Padre desconocido, origen incierto, cambio de nombre, años de juventud en los que se pierde su rastro, vida amorosa reservada y ambigua, ausencia de hijos, muerte trágica, los ingredientes del mito están presentes.
Y el perfil del hombre lleva también los trazos de su historia: el contrapunto entre arraigo y desarraigo. Por un lado la devoción del hijo único hacia la madre sola, los códigos de lealtad con la barra de hombres. Por el otro el bohemio, cuyo bien más preciado es la libertad. Carlitos viaja, seduce, ríe, juega, gana y pierde con el mismo desapego.
Pero es también el profesional responsable que ensaya varias horas por día, hace dieta y practica deportes para mantenerse en línea. Pasión y disciplina, que son la marca del gran artista.
Intuitivo genial, que toca y compone “de oído”, es la voz del porteño, pero a la vez de un sentir existencial más allá de las fronteras. Intérprete de su realidad, que pone en palabras, en gestos, en actitudes, lo que otros oscuramente sienten, padecen o sueñan.
Su talento inmenso, su encanto personal y sus condiciones de líder hacen de él un innovador. Inspirado e inspirador, es a la vez hijo y padre de su gente. Tejedor de redes que enhebra los espacios y los tiempos: lo íntimo con el barrio y el mundo, el pasado con el presente y el futuro.
Carlos Gardel y el tango se engendran uno al otro. Son a la vez espejos de su mundo y agentes de su transformación, operando sobre los valores, los modelos de identificación, los códigos y el lenguaje de los argentinos.