Por Sonia Abadi.
Tarde me di cuenta, Fuimos la esperanza, Nada queda ya... Canta el sobreviviente de un tiempo mejor. Los títulos y letras son elocuentes, el tango se conjuga en pasado.
Recuerdo, Cicatrices, Marcas, de amores perdidos. Hoy vas a entrar en mi pasado..., no habrá ninguna igual..., nos enfrentan a lo irreparable.
Hay un último ejemplar de cada cosa que se acaba: El último café, organito o Farol se van de la mano con La última curda, El último guapo y La última grela.
Nostalgias de los dieciocho años o quince abriles, se mezclan con el culto de lo añejo: Viejo coche, Viejo smocking, Viejo Tortoni. También la Vieja luna y la Vieja recova.
Pero si el pasado está en las letras, el futuro está en el baile. Ante la sorpresa de los milongueros de siempre, los nuevos llegan al tango. Para huir de la soledad, encontrar pareja, hacer amigos, o simplemente porque está de moda.
Gracias a ellos se abren nuevas milongas y mejoran las antiguas. Se inauguran cursos y academias, creando fuentes de trabajo para veteranos y jóvenes bailarines.
Y en la milonga las ilusiones reemplazan a los recuerdos. Allí reinan las expectativas, modestas o desmedidas, comenzando por la de aprender a bailar.
Pero nada se logra sin pagar el “derecho de pista”.
Después de varios meses de clases, y escoltada por la amiga más experimentada (ya fue dos veces) ella se anima a lanzarse a la milonga. Si no plancha, se tendrá que bancar al compañerito de clase que baila menos. O al veterano que se las da de profe y le da cátedra mientras bailan. Si tiene suerte le tocará iniciarse con un hombre tierno y comprensivo. Eso es fundamental porque, como toda mujer sabe, la primera vez puede ser traumática.
A partir de esa noche estará eternamente condenada a las expectativas. Ojalá que no llueva ni anuncien nuevas medidas económicas, así los hombres no se quedan en casa. Que no haya partido de fútbol, ya que los clásicos suelen despoblar las pistas. Ojalá que no venga la novia del prócer, así me baila como la otra noche.
También al hombre le tocará debutar. Los nervios le evocan otras pruebas decisivas de su vida de varón. Elige a una mujer y la encara con tanto pánico y vergüenza como aquella vez. La mina lo ignora sin compasión. En el mejor de los casos encuentra una conocida que lo salva de la humillación. Sale a la pista contando los ocho pasos del básico y, al iniciar la secuencia que le enseñaron en la última clase, choca contra la pareja que va adelante. Intenta retroceder y se estampa contra los de atrás. A mitad de la tanda tiene la impresión de que todos lo miran y desea fervientemente que la tierra lo trague.
Con el tiempo aprenderá a fichar a las buenas bailarinas y esperar a que nadie las saque hasta la mitad de la tanda para tener su oportunidad.
Finalmente, cada uno irá construyendo su carrera de bailarín, hecha de historias pasadas, experiencias presentes y promesas futuras. Habrá conseguido un club al que pertenecer, un deporte para muchos años, un culto para profesar, algunas heridas de guerra, un buen callo plantar, una fama bien ganada, varios enemigos mortales, un amigo de fierro, ex parejas, ex amantes... y siempre más expectativas.